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Partido Humanista. España

Por la Libertad

Raúl Castells, es uno de los líderes “piqueteros”, un sector de argentinos desocupados que se manifiesta y presiona empresas, para conseguir alimentos mientras llega el trabajo que garantiza la Constitución Nacional y el Estado debe proveer. Está preso en una cárcel de la provincia del Chaco y, como protesta, está en huelga de hambre desde hace 39 días. El 19 de octubre, ha dejado de tomar líquidos.

“Lo único que está haciendo es recuperar su libertad”, dijo Nina Peloso. No es seguro que la compañera de Raúl Castells haya querido decir exactamente eso, pero así sonó. Una descripción ingenua, casi una excusa maternal similar a “no ha hecho nada malo”, frase que utilizó hace días, cuando intentaba explicar por qué estaba en la cárcel. Pero ahora se refería a la huelga de hambre que Castells lleva adelante –peligrosamente- en protesta por su detención, a todas luces política.
Darse la muerte, o crear las condiciones –la huelga de hambre, en este caso- para que sobrevenga como consecuencia, es una decisión extrema. Es una cuestión de ética existencial y hay argumentos de peso en ambas posiciones, la que hace prevalecer la vida a toda costa, y la que asocia la vida con valores que le son inherentes para que alcance la altura de humana.
Castells está muriendo para ser libre, es el mensaje que nos da Nina. Está muriendo para dar una lección de dignidad que nos crea dificultades a todos. Aún a quienes la respetamos y entendemos que su prisión es política; aún a quienes sabemos que su reclusión tiene por objeto desactivar la oposición más dura que enfrenta el gobierno nacional.
Nos crea un problema, porque dejarse morir es llevarse por delante el valor más alto: la vida. Pero también cabe la pregunta: sin libertad, sin dignidad, sin intencionalidad, ¿la vida se eleva por sobre lo biológico?
Es que, justamente, la intencionalidad y los valores son los que hacen humana la existencia. Privado de libertad, con la huelga de hambre Castells deja a salvo su dignidad y va en búsqueda de su libertad. Se escapa, de un modo inasible, de su prisión. Se burla del gobierno que no ha podido doblegarlo.
Con su determinación, parece decirnos que él, el ser humano, es más que su cuerpo, que la muerte no es el fin de todo porque sus acciones seguirán moviendo a otros. El seguirá en la lucha de sus compañeros luchadores. Vivirá.
“Si no puedo vivir libre, voy a morir libre”, dice ese mensaje. Yo, Raúl Castells, soy una intención lanzada al mundo, desnuda, austera, sin otro auxilio que la fuerza sorda de mis compañeros y sin otro fin que la justicia.
En la vereda de enfrente, las razones de Estado -¿qué razones? ¿de qué Estado?- que esgrimen los funcionarios desde sus despachos climatizados, los muestra especulando con la eventual debilidad humana –el levantamiento de la huelga de hambre- o con la “fuerza necesaria” -la de ellos- empleada contra su cuerpo para alimentarlo cuando esté inconsciente, privado de voluntad.
No sabemos como terminará, pero importa el fin de esta historia. No da lo mismo un final que otro. Importa mucho porque es la vida de un hombre la que está en juego; una vida con intención de libertad, de dignidad, de justicia.
No nos da igual que Raúl muera. Pero, cualquiera que sea el fin de esta porfía, ante la gente Raúl Castells ha ganado esta vez. Ha derrotado al gobierno insensible de los seres grises, de los petulantes, de las sombras sin vida que transcurren sin libertad, sin dignidad, sin compasión. Muera, o viva por imperio de la fuerza, ya está claro para todos qué poca humanidad tienen sus oponentes, los poderosos, los que viven presos de su muerte.

Luis Ammann
Vicepresidente de la Internacional Humanista

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